¿Era capaz de volar el quetzalcoatlus?
Entre 230 y 65 millones de años atrás, desde el Triásico Superior hasta finales del Cretácico, vivieron reptiles alados tan altos como una jirafa y con la envergadura de un avión pequeño. Los pterosaurios, primos de los dinosaurios (aunque se hable de ellos como dinosaurios alados, pertenecen a un orden distinto), ostentan el récord de las criaturas voladoras de mayor tamaño que jamás han existido. El quetzalcoatlus northropi, una de las especies más grandes, presenta unos números que dan auténtico pavor: 5 metros de altura y 11 de envergadura. La imagen de una criatura de tales dimensiones surcando los cielos por encima de nuestras cabezas o cayendo en picado a por sus presas resulta escalofriante, pero… ¿realmente eran capaces de volar?
Las alas de los pterosaurios, a diferencia de las de las aves, estaban formadas por una membrana de piel dividida en tres partes que se extendía desde un cuarto dedo hipertrofiado hasta las patas (más parecido a un murciélago que a un ave). Esta membrana tenía estructuras internas llamadas actinofibrillas que fortalecían las alas aportándoles soporte estructural. Con un hueso único en los pterosaurios llamado pteroide, conectado a la muñeca, controlaban la estabilidad del ala sujetando la parte de la membrana que iba del hombro a la muñeca.
Los pterosaurios también poseían un aparato respiratorio altamente especializado, con sacos aéreos conectados a los pulmones como en el caso de las aves, un sistema que resulta eficaz para generar grandes cantidades de energía necesarias para el vuelo.
Además, estos sacos áereos también estaban presentes en su esqueleto. Al igual que sus primos los dinosaurios, los pterosaurios también contaban con huesos con un alto grado de neumatización, lo cual es importante por dos motivos: se consigue mayor ligereza con huesos huecos que con los que contienen tuétano y, además, ofrecen mayor resistencia a las fuerzas de flexión.
Por desgracia para nosotros, debido a la fragilidad de este tipo de huesos, es poco común encontrar restos fósiles bien conservados para su estudio. A causa de esta insuficiencia de datos, los paleontólogos no se ponen de acuerdo sobre varias cuestiones. Por ejemplo, las estimaciones del peso del quetzalcoatlus northropi varían desde los 75 kg hasta los 544 kg.
Tampoco hay una única teoría para explicar su modo de despegar. Hay quienes aseguran que los pterosaurios de mayor tamaño como los azdárquidos (entre los que se encuentra el quetzalcoatlus) necesitaban correr unos metros batiendo las alas hasta conseguir elevarse, de un modo similar a los albatros errantes actuales. Mientras que otros expertos barajan la posibilidad de que hubieran desarrollado una técnica similar a la de los murciélagos vampiro, que utilizan sus piernas para darse impulso.
Sin embargo, el paleontólogo Donald Henderson, conservador en el Museo Royal Tyrrell de Canadá, no cree que un animal de semejante tamaño fuera capaz de levantar el vuelo, en parte, porque defiende que el peso aproximado que tradicionalmente se le ha atribuido no es el correcto. Frente a los 200 ó 250 kg. que estiman otros expertos, Henderson es de la opinión de que el quetzalcoatlus habría sobrepasado los 500 kg.
Es cierto que cuanto más grande es un animal, más complicado le resulta generar la sustentación suficiente para contrarrestar su peso y poder despegar. La teoría de Henderson es que el quetzalcoatlus, a pesar de sus grandes alas, fue un animal terrestre que desarrolló un modo de vida similar al de los avestruces actuales. Su punto de vista, como él reconoce, ha suscitado controversia entre sus compañeros: «cuando presenté esta idea en una conferencia hace años, la mitad de la audiencia pensó que era razonable e interesante y la otra mitad (los amantes de los pterosaurios) la odiaron por completo».
Para defender su postura, Henderson se sirve como ejemplo de los casos de especies actuales como la avutarda común o la avutarda kori, dos de las aves voladoras más pesadas, que según Henderson estarían cerca del límite de masa apto para el vuelo. Pero los paleontólogos Mark P. Witton y Michael B. Habib consideran errónea esta aproximación. En su estudio sobre pterosaurios gigantes, argumentan que al utilizar analogías con aves, no se están teniendo en cuenta las diferencias morfológicas que pudieron haber permitido volar a los pterosaurios más pesados y destacan el caso del pteranodon, una especie de pterosaurio cuya capacidad para volar está ampliamente aceptada y excedería la supuesta masa límite de la que habla Henderson. De hecho, hasta aves extintas como los teratórnidos ya la sobrepasarían.