42 años aislados en Siberia: la historia de los Lykov
Karp Lykov era un viejo creyente, una secta rusa ortodoxa perseguida desde los días de Pedro el Grande hasta la época comunista de las purgas en la década de 1930. Un día en 1936, una patrulla comunista disparó al hemano de Lykov en las afueras de su aldea en Siberia cuando Karp estaba trabajando junto a él. Lykov volvió corriendo a casa a por su familia y unas pocas posesiones y huyeron juntos a la taiga, los vastos bosques que cubren la mayor parte del territorio siberiano.
La familia Lykov estaba compuesta por Karp, por su mujer Akulina, su hijo Savin de 9 años y su hija Natalia de tan solo 2. Durante su vida en la naturaleza tuvieron dos niños más: Dmitry, nacido en 1940 y Agafia, en 1943. Ninguno de los dos durante décadas a un ser humano que no fuera miembro de su familia y todo lo que sabían del mundo exterior lo aprendieron de sus padres.
La familia se estableció en un lugar inhóspito a casi 2000 metros de altitud en la ladera de una montaña junto al río Abakán, a unos cien kilómetros de la frontera con Mongolia. Sus únicas lecturas consistían en libros de oraciones y una vieja Biblia familiar, con la que los niños aprendieron a leer y a escribir utilizando palos afilados de abedul empapados en zumo de madreselva. Su único entretenimiento era contarse entre ellos los sueños que habían tenido.
Como el calzado y la ropa que habían recogido de su ciudad natal se deterioraba con el paso de los años, tuvieron que fabricar nuevas piezas con material de la naturaleza. Confeccionaron zapatos a base de corteza de abedul y prendas con fibra de cáñamo utilizando una máquina de hilar rudimentaria. Pero cuando sus utensilios de cocina sucumbieron al óxido, sustituirlos se convirtió en una pesadilla.
Cada miembro de la familia tenía sus roles definidos. Karp era el cabeza de familia. Su hijo mayor, Savin, era el miembro que defendía la religión de manera más ferviente (a Karp le preocupaba que Savin tomara el control de la familia después de su muerte). Su hermana mayor, Natalia, asumió a regañadientes los roles de cocinera, costurera y enfermera. Su hermano pequeño, Dmitry, era el explorador natural y el manitas. Y la pequeña Agafia se ocupaba de llevar la cuenta del tiempo en un mundo sin calendarios ni relojes.
La hambruna era la constante y temible amenaza. La dieta básica consistía en empanadillas de patatas mezcladas con centeno y semillas de cáñamo, y no fue hasta cuando Dmitry alcanzó la edad adulta cuando fueron capaces de cazar animales para obterner comida y pieles. Dmitry se convirtió en un cazador natural que incluso caminaba descalzo en invierno y dormía a menudo a 40 grados bajo cero durante varias noches mientras perseguía a su presa. Aunque normalmente la carne era difícil de conseguir y, a finales de los años 50, atravesaron varios años de hambruna. En 1961 una terrible helada acabó con todos los cultivos y la corteza de árbol pasó a ser el plato principal de su dieta. Aguantaron un tiempo, pero finalmente Akulina tuvo que dejar de comer para salvar a sus niños de la inanición. El resto de la familia se salvó milagrosamente gracias a un único grano con el que consiguieron recuperar el cultivo de centeno.
En el verano de 1978, después de 42 años sin encontrarse con nadie, recibieron una visita inesperada. Un equipo de 4 geólogos soviéticos que buscaban hierro llegaron en helicóptero y acamparon cerca de su escondite en el bosque. Desde el aire, los geólogos se habían sorprendido al encontrar evidencias de presencia humana en aquella zona inexplorada de la taiga. Después de establecer su campo en el valle cercano, decidieron visitar a sus nuevos vecinos llevando consigo algunas de sus provisiones como regalo, además de pistolas por si el recibimiento no era favorable. Uno de los geólogos, Galina Pismenskaya, recordó lo ocurrido cuando finalmente llegaron a las tierras de los Lykov:
Al otro lado de un arroyo encontramos una vivienda. Oscurecida por el tiempo y la lluvia, la cabaña estaba rodeada de montones de basura de la taiga: cortezas, palos, tablones… si no hubiera sido por una ventana del tamaño de mi bolsillo de la mochila, hubiera sido difícil creer que allí vivía alguien. Pero había gente, sin duda. Nuestra llegada había sido advertida, como pudimos observar. La puerta chirrió y la figura de un hombre muy viejo apareció en la luz del día, como recién salido de un cuento. Iba descalzo y llevaba una camisa remendada hecha de yute, unos pantalones del mismo material también remendados. Su barba y su pelo estaban desaliñados. Parecía asustado. Alguien tenía que decir algo, así que empecé yo: «¡Saludos, abuelo! ¡Hemos venido a visitarte!» El hombre viejo no respondió inmediatamente. Finalmente, escuchamos una voz suave e insegura: «bueno, ya que habéis viajado tan lejos, podéis entrar».
Los geólogos quedaron asombrados al encontrar a la familia superviviente viviendo en condiciones medievales: su refugio de madera de una única habitación apretada era frío, húmedo, lóbrego y mugriento. El techo estaba ennegrecido por el hollín y una capa de piel de patata y cáscaras de piñones cubría el suelo. La intrusión inesperada fue demasiado para las hijas de Karp, que entraron en pánico. Los geólogos tuvieron que retirarse.
Desde una distancia segura, sacaron sus provisiones y, media hora más tarde, el asustado pero curioso Karp Lykov y sus dos hijas emergieron con indecisión de la cabaña y se unieron a los geólogos. Al principio rechazaron todo lo que se les ofrecía (mermelada, té o pan) murmurando algo como «no se nos permite eso». El único regalo que aceptaron fue sal. «Vivir sin sal durante 40 años fue una verdadera tortura», declaró Karp posteriormente.
Cuando Pismenskaya preguntó «alguna vez habéis comido pan?», Karp resondió: «yo sí, pero ellos no. Nunca lo han visto». Mientras que las palabras de Karp eran inteligibles, sus hijas hablaban un lenguaje distorsionado por toda una vida en aislamiento. Para los oídos de Pismenskaya sonaba como una especie de «arrullo lento y confuso».
Poco a poco, después de varias visitas, los geólogos se ganaron la confianza de los Lykov. El viejo Karp estaba fascinado con los inventos que habían traído con ellos y con las noticias del mundo exterior. Los Lykov no sabían nada de la Segunda Guerra Mundial. Se dieron cuenta de la invención de los satélites espaciales en 1950 cuando «las estrellas empezaron a moverse rápidamente cruzando los cielos». Pero Karp se negó a creer que el hombre había pisado la Luna. La tecnología que más le impresionó fue el embalaje de celofán; cuano lo vio por primera vez, exclamó: «¿Cómo se les ha ocurrido? ¡Parece cristal pero se arruga!»
Finalmente convencieron a los Lykov para visitar el campamento de los geólogos y su reacción fue de absoluto asombro. Su primer encuentro con un televisor resultó apasionante; Karp se sentaba directamente frente a la pantalla, mientras que Agafia miraba asomando la cabeza desde detrás de una puerta. Después de tal acto pecaminoso, tuvieron que rezar para purificarse.
Lo más triste de la historia de los Lykov fue lo que ocurrió después de su reencuentro con la humanidad. En otoño de 1981, tres de los cuatro niños fallecieron en unos pocos días uno detrás de otro. Savin y Natalia sufrieron un fallo renal y Dmitry murió de neumonía. Que sus muertes fueran resultado directo de contactar con otras personas no está claro. La muerte de Dmitry en particular conmovió a los geólogos. A pesar de sus desesperados esfuerzos por salvarlo, se negó a abandonar a su familia para ir a un hospital en helicóptero.
Después de los entierros de Savin, Natalia y Dmitry, los geólogos trataron de convencer a Karp y a Agafia para abandonar el bosque y volver con sus parientes en su antigua aldea. Pero ninguno quiso saber nada de aquello. Reconstruyeron su vieja cabaña y continuaron en la naturaleza, a la que consideraban su hogar.
Karp Lykov tenía alrededor de 90 años cuando murió mientras dormía en 1988. fue enterrado en la montaña por Agafia, su hija superviviente, quien un cuarto de siglo más tarde, con más de 70 años, todavía permanece allí sola. Trató de vivir un tiempo con parientes de la secta de los Viejos Creyentes en la aldea natal de su padre, pero después de toda una vida en la naturaleza no pudo arreglárselas para integrarse en la civilización y se vio obligada a volver al bosque.
En 2014, afectada por la soledad y la vejez, consiguió ponerse de nuevo en contacto con sus parientes enviándoles una carta en la que reclamaba ayuda, la cual fue publicada online:
Me inclino ante vosotros sobre la tierra húmeda y os deseo buena salud, salvación y bienestar. Tengo una humilde petición. Necesito un hombre que me ayude. Alguien que me sobreviva, que pueda soportar semanas de soledad. Necesito leña para cocinar y ayuda para cortar el heno. Mi salud y mi fuerza disminuyen. Soy una verdadera creyente, no me abandonéis por el amor de Dios. Tened piedad de una huérfana desgraciada que está sufriendo.
Fuente: abroadintheyard